jueves, 30 de septiembre de 2010

LA GÁRGOLA VERDE


LA GÁRGOLA VERDE


Autora: Elizabeth Segoviano
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS SEP-INDAUTOR registro público 03-2011-101711562800-14

Entre inmensos y grises nubarrones se alzaba altivo el gótico castillo.
Con sus altísimos y coloridos vitrales y las amplias torres rodeadas de oscuros retorcidos corredores.

Pero lo que daba de verdad escalofríos no eran las extrañas sombras, los relámpagos ni truenos; tampoco el tenebroso eco que recorría los rincones.

Lo que hacía temblar hasta a los huesos eran los lastimeros gritos de una gárgola que cada noche en punto de las doce comenzaba su concierto de alaridos.

Mas no eran causados por un embrujo, maldición o hechizo ...
Las eternas quejas e interminables lloriqueos eran causa de la hora de la cena.

Pues a nuestra gargolita no le gustaba el menú; porque entre la sopa de Ñu, las chuletas de cocodrilo, el asado de avestruz y uno que otro filete de búfalo distraído, la gárgola se sentía infeliz.
Ya que sus tripitas chirriaban igual que una lombriz en el pico de una perdiz.

Su fría lenguita de gárgola no apetecía los viscosos platillos que cocinaba su tío, ni las chuletas ahumadas de su abuela malvada; tampoco la hirviente sopa que su mamá le daba en la boca.
¡No!
La gargolita pálida y gris añoraba cosas crujientes, jugosas, sabrosas ... algo que pudiera comer con un mondadientes.

Cosa más extraña no podía imaginar la familia Gárgola al notar que su hijita no era como los demás.

Así que una noche de torrencial tormenta el papá Gárgola voló hasta llegar a una montaña, hogar de una bruja hermitaña.
Allí la bruja le leyó los caracoles, la baraja, las runas, el té, el café ¡y hasta la planta de los pies!

Pero todo apuntaba sólo a una posible solución ...
¡Algo verde! –decía la anciana- muchas hojas, un par de tomates, berros silvestres, unos cuantos champiñones, un poco de brócoli, ramitas de apio, un diente de ajo; usted sabe, todo limpio, bien cortado y en un taco.

¡Cosa más rara!-exclamaba el papá-pues él no sabía cómo ni dónde buscar los vegetales que a su hijita podrían consolar.

Mas viendo la bruja la angustia del papá, su corazón añejo se ablandó igual que el queso, y tomando una canasta salió a su mágico huerto escogiendo vegetales grandes, jugosos y frescos.

Gracias miles-decía alegre el papá- ahora si su niña podría dejar de llorar.
De regreso en el castillo con los ingredientes, y pelando los dientes por el frío, papá gárgola se puso sus lentes, tomó el cuchillo y comenzó a picar un pepino muy fino.

Con un toque de sal, un chorrito de limón, y una pizca de comino en un elegante platón sirvió la verde ensalada sobre la enorme mesada.

Alrededor de los candelabros la familia entera rezaba por un milagro.
¡Que la niña comiera algo! Cualquier cosa ¡lo que fuera, incluso un nabo!

Entonces se sentó la pálida gargolita lista para llorar en cuanto le ofrecieran un costillar.
Pero enorme fue su sorpresa al ver sobre la mesa la verde y apetitosa ensalada, y más allá había dulsísimas rodajas de piña para contentar a la niña, y también un poco de kiwi y cerezas para la dulce princesa que gustosa engullía lechuga, pepinos, espinacas y albahaca.
Risas y cantos se escucharon por todo el castillo ¡viva! ¡viva! ya no había alaridos ni llanto.
La gárgola era feliz con su barriguita llena de germen de trigo y té de anís.

Y felices eran todos porque la hora de la cena ya no era una tortura ni una pena.

Entre inmensos y grises nubarrones se alza altivo el gótico castillo.
Hogar de la única y original gárgola verde que no tiene igual.

viernes, 24 de septiembre de 2010

UDAYÁN


UDAYÁN
Autor: Elizabeth Segoviano
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS SEP-INDAUTOR registro público 03-2011-101711562800-14

Dedicado a la memoria de mi madre (mon ange gardien) fuiste, eres y siempre serás lo mejor de mi …

Lejos de aquí y lejos de allá; justo a la mitad, en el ombligo del mundo, fueron a parar más de una docena de piratas que llevaban muchas semanas a la deriva; arribaron a una enorme isla donde encontraron refugio del océano y se dejaron caer en las suaves arenas para descansar; no habían pasado ni un par de horas cuando numerosos chillidos sacaron de su sueño a los piratas; a la orilla de la playa, dos enormes tiburones de piel plateada emergían a toda velocidad devorando todo cuanto estuviera a su paso, pero lo que buscaban con más empeño eran los nidos donde descansaban cientos de huevos de tortugas. Aquella batalla era injusta, ni siquiera las tortugas adultas se podían defender ante los letales colmillos de sus enemigos, en pocos minutos la playa quedó en silencio, como si nada hubiera ocurrido; a lo lejos sólo se distinguían unas cuantas sombras tiradas en la arena, eran tortugas heridas que habían peleado con fuerza en su afán de defender sus preciados bebés, atónitos, los piratas que aún asustados se encontraban en la playa, se acercaron a las tortugas, las ayudaron, y con lo poco que tenían las curaron; entre aquellas valientes había una que era enorme, de caparazón azulado y piel gris verdosa y agrietada, se podía ver que no era su primera batalla y al mirarla a los ojos se podía ver que el paso del tiempo se los había hecho sabios y profundos, como los inmensos abismos que siembran el fondo de los océanos.

La luna llena brillaba majestuosa en lo alto del cielo, y el silencio sólo era interrumpido por el chisporrotente sonido de la fogata que habían encendido los piratas mientras se disponían a comer lo que aquella isla les ofrecía, de repente, una voz profunda se hizo escuchar en todo el lugar, parecía un cántico, era dulce y hermoso, pero triste, muy triste. Los piratas se miraron unos a otros, sorprendidos, en silencio, y sin saber exactamente porqué, comenzaron a llorar; el capitán, sobreponiéndose a tan fuerte emoción, se acercó a la enorme tortuga, quien emitía ese sonido.
- No llores tortuga –decía el capitán– sé que deben dolerte mucho tus heridas, pero vas a sanar.
- No es por éso que lloro –explicó la tortuga–
- ¡Puedes hablar!
- Así es, he vivido mucho tiempo y he aprendido el lenguaje de los hombres, te agradezco el que nos hayas salvado.
- ¿Entonces porqué lloras tortuga? Y ¿qué es lo que cantabas?
- Lloro por las tortuguitas que fueron devoradas, y la canción es para pedirle a la Luna que cuide a los bebés que quedan
- ¿Y qué dice? –preguntaron los demás piratas al unísono–
- dice : que mil rayos de Luna se infiltren en tus ojos y no te dejen perder en la oscuridad, que la Luna abrace las olas por las cuales habrás de viajar y te traiga a salvo de regreso al hogar.
- Es muy hermosa –dijo el capitán– ¿dónde la escuchaste tortuga?
- Mi nombre es Udayán, y aprendí ésa canción de mis abuelos y ellos de los suyos ¿cual es tu nombre? –preguntó la tortuga-
- Me llamo Draco –respondió el pirata–
- Bien Draco ¿puedes ayudarme a levantar?
- ¿Levantarte? –gritó el capitán– ¿acaso estás demente? ¡estás herido!
- Lo sé, pero los tiburones regresarán, tengo que proteger los nidos.
- ¡No! ¡de ninguna manera voy a permitir que te arriesgues de nuevo, si ésos tiburones vuelven, mis hombres y yo los estaremos esperando.

Y así lo hicieron, Draco y sus piratas pudieron herir a uno de los tiburones, logrando así proteger los pequeños huevos.
- Muchas gracias por salvar a nuestros bebés Draco, eres un buen hombre, me alegro de que las olas los hayan traído a nosotros –mientras el viejo Udayán hablaba Draco mantenía la mirada fija en la arena–
- Te equivocas Udayán –dijo el pirata rompiendo al fín el silencio– no soy bueno, antes de llegar aquí hice muchas cosas malas, yo ...
- Éso ya no importa –interrumpió Udayán, el Draco del que me hablas nunca lo conocí, seguramente el mar lo ha cambiado, porque el Draco que yo conozco es bueno, de otra forma, no te habrías conmovido con mi canción, ni nos hubieras ayudado, lo que haya sucedido antes sólo es el pasado, y debes dejarlo atrás, toma lo mucho o poco que hayas aprendido y sigue adelante.
Draco sonrió tímidamente, y con una caricia agradeció las palabras de su nuevo amigo.

Las semanas transcurrían y un día los hombres del capitán le dijeron que extrañaban a sus familias y amigos y que deseaban regresar.
- Tienen toda la razón –dijo el capitán– es hora de marcharse, deben irse ahora que el clima es bueno y la mar está tranquila.
- ¿Usted no viene capitán? –preguntaron sus hombres-
- No, yo me quedo con Udayán.
- ¡Entonces nosotros también nos quedaremos capitán!
- ¡Es una orden! –gritó Draco– deben partir de inmediato.
- ¿Porqué te has quedado? –decía Udayán acercándose lentamente- ¿acaso no deseas volver a tu hogar?
- No hay nada para mí en ése mundo –dijo Draco mirando con ternura a su amigo– además, ¿qué vas a hacer si vuelven los tiburones? Necesitas ayuda, y, a decir verdad, ansío ver a las tortuguitas nacer.

Unos días más tarde, justo al ponerse el sol, algo comenzó a moverse en la arena, poco apoco fueron saliendo las cabecitas, aletas y pequeños caparazones de las tortuguitas, la playa completa se llenó de vida, parecían hojitas guiadas por el viento aquellas pequeñitas despertando a la vida, era realmente hermoso ver aquel antiguo y renovado ritual, las pequeñas tortugas haciendose a la mar en busca de su identidad, corriendo al encuentro de un mundo inmenso y desconocido que poco a poco las envolvía en la distancia, en aquel momento Dracco miró a Udayán, su añejo rostro estaba empapado de lágrimas que resbalaban lentamente mientras la tortuga murmuraba palabras que Draco no podía comprender : “Eis ushi na kalki maal ahaabra oy nu waky ashi na kalki dass”.
- ¿Qué es lo que murmuras? –preguntó Draco–
- Significa : “decimos hola mientras nos alejamos en el adiós, y en un adiós habremos de regresar” ... ¡ay querido Draco! He visto ésta misma escena miles de veces ya, y aún me conmueve como la primera vez que la presencié.
- ¡Son tan pequeñas! ¿no pueden quedarse aquí hasta que crezcan un poco más?
- No podemos protegerlas del mundo ¿cuánto tiempo podríamos retenerlas antes de que huyeran tratando de saciar su curiosidad? Es mejor así ... dime ¿acaso lograron retenerte a tí?
Draco guardó un porfundo y solemne silencio mientras les deseaba suerte a las tortuguitas.
Los años pasaban como si fueran días, varias generaciones de tortugas habían recorrido el mundo y regresado a la isla;y en todo ése tiempo Udayán le había enseñado a Draco todo cuanto él sabía, le mostró como leer las estrellas, y encantar a las nubes y también todas sus mágicos cantos, pero un día, mientras paseaban por la playa Udayán dijo :
- Mi amigo, debo decirte que tengo que partir.
- ¿De verdad? ¿y puedo ir contigo? Podría construir un bote y seguirte ¡sería fantástico! ...
- ¡No! ... no Draco, a donde voy no puedes seguirme, mi hora de partir ha llegado.
- ¡Éso no puede ser! ¡no quiero que te vayas, ¡no me dejes! ¡tú eres mi hogar! ... además hay tanto que aún debes enseñarme
- Draco –interrumpió la tortuga– mi querido amigo, saber de ciencias y letras, arte y magia es bueno, muy bueno, pero toda la sabiduría que necesitas está dentro de tu corazón, además ¿quién dijo que debemos decir adiós? Tal cosa no existe Draco, sólo se está tan lejos de aquellos a quienes amamos como se desea, la distancia y el tiempo se convierten en un suspiro Draco ¡un suspiro! ¡éso es todo! ... Mira cómo las olas del mar se comienzan a agitar, juegan un rato en la arena, luego se dan la vuelta y se van, mas nunca se despiden, sólo se abrazan a la playa, se besan entre ellas y se ponen a viajar, será porque todas saben que no importan el tiempo ni la distancia, ya que un día se habrán de encontrar; quizá saben que serán diferentes, pero su esencia seguirá igual, y cuando se encuentren en algunas lejanas arenas verán en su interior, y sin ningún titubeo se abrazarán y correrán hasta que la Luna aparezca y las tome entre sus brazos para arrullarlas y luego dejarlas dormir en paz, y cuando las despierte el Sol se abrazarán y cada cual tomará su rumbo sin decir adiós, sólo se dirán ¡hasta siempre! Hasta que la Luna las encuentre, o se fundan con el Sol ¡qué hermoso es vivir como las olas Draco! ¡seamos olas! Hemos compartido nuestro camino y disfrutado lo que nos ha sido concedido, nos hicimos más sabios y ahora que es el final de nuestro camino, debemos abrazarnos bien fuerte y no decir adiós, sino hasta siempre, porque yo creo que al igual que las olas saben ver en su interior, nosotros sabremos reconocer a las almas amigas que estuvieron a nuestro lado, y colveremos a iniciar nuestro viaje y nunca diremos adiós, sino como las olas, diremos ¡hasta siempre! Hasta que la Luna nos encuentre, o nos fundamos con el Sol.

Los dos amigos se abrazaron largo rato, hasta que la primer estrella apareció en el cielo y Udayán comenzó a alejarse en las suaves olas diciendo:¡hasta siempre Dracco, hasta siempre!
- ¡Hasta siempre! –respondió el capitán– ¡hasta siempre Udayán!
Lejos de aquí y lejos de allá, justo a la mitad, en el ombligo del mundo se puede escuchar a Draco cantar así “que mil rayos de Luna se infiltren en tus ojos y no te dejen perder en la oscuridad, que la Luna abrace las olas por las cuales habrás de viajar y que te traiga a salvo de regreso al hogar “ la canta para guiar y protejer a las nuevas tortugas, pero también para recordar que él y su amigo, la tortuga Udayán, siempre van a estar juntos en el cálido y eterno hogar que el capitán Draco tiene por corazón.


jueves, 9 de septiembre de 2010

EL REGALO DEL MAR


EL REGALO DEL MAR


Autor: Elizabeth Segoviano
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS SEP-INDAUTOR registro público 03-2011-101711562800-14

En medio del mar mediterráneo existe una pequeña isla llamada Agios Georgios, en donde cada tarde se pueden escuchar los cánticos de los viejos marineros y pescadores que regresan a sus casas. En una de ésas casitas de tejas rojas y paredes blancas marcadas por la brisa marina, vive un viejo pescador llamado Andraki, junto con su nietecita Lena; ambos salen muy temprano cada mañana a pescar y cuando logran hacerlo en abundancia venden su preciado cargamento en los mercados de las islas cercanas, y celebran tomando té y pastelitos en un café a la orilla del mar; mientras contemplan como el cielo lentamente se tiñe de Índigo y despiertan poco a poco las soñolientas estrellas que cada noche deben guiar a casa a marineros, pescadores y exploradores por igual.
Ocurrió pues, que un día los peces comenzaron a escasear y una mañana unos golpes se dejaron escuchar en la puerta del viejo Andraki PUM, PUM PUM –se escuchaba– .
- Voy, ya voy –decía el viejo– ya voy, calma que va a tirar la puerta.
- ¡Abra en este mismo instante o tiro la casa señor Andraki! –era la voz del señor Malastrakus, el banquero del pueblo, que era bien conocido por su corpulenta figura, terrible carácter, y que, de no ser porque siempre usaba traje y corbata, cualquiera hubiera pensado que era un toro de lidia– .
- ¡Ah, buenos días señor Malastrakus! –dijo Andraki–
- ¡buenos nada! ¡vine a exigirle mi dinero! ¡ya se ha retrasado varias semanas en sus pagos!
- Lo sé señor Malastrakus ... verá, lo que sucede es que la pesca ha estado muy escasa, pero si me da un par de semanas más yo sé que podré darle un pago.
- ¡Un pago! –gruñó el banquero– ¡pero si ya me debe dos! ¡ya no puedo esperar más! ¡o me da mi dinero este fin de semana señor Andraki o mejor va sacando sus cachivaches porque le quitaré la casa y el bote!
- Pero ... pero –titubeó el viejo–
- ¡Nada! –gritó Malastrakus– ¡o me paga, o lo pongo de patitas en la calle! ¡tiene hasta este fin de semana señor Andraki! ¡hasta este fin de semana!

Desde otra habitación, la pequeña Lena escuchaba todo lo que sucedía y se hechó a llorar, pero en aquel momento saltó a su cama un hermoso gatito atigrado que comenzó a ronronearle.
¡Lambis, que bueno que viniste a verme! –decía la niña – porque estoy muy triste.
Lambis visitaba constantemente la casa del viejo Andraki pues se había hecho amigo de Lena desde el día en que ella lo había salvado de ahogarse en la playa una noche de tormenta, a Lambis le encanta escuchar los cuentos de los pescadores y disfruta como nadie tomando el sol en el muelle mientras la brisa juega con sus desalineados bigotes; también adora el sonido que hace sobre el piso el brillante tazón de cerámica que Lena dispuso para servirle leche o sopa de champiñones que le encanta tomar especialmente en días nublados; Lambis es el mejor amigo de Lena, y por eso ella le contó lo sucedido aquella mañana.
Después de que el gato escuchó la terrible historia de sus amigos deseaba ayudarlos, así que se fue al muelle y esperó a que los pescadores levantaran sus redes y anclaran sus botes, y, cuando todo quedó en calma, el pequeño Lambis subió a una de las lanchas y comenzó a cantar así :brisa marinera, brisa de niebla y sal escucha a las vanidosas nubes que quieren la belleza de la madre luna opacar, llévalas contigo a otros cielos a danzar y deja que mi luna tome en sus brazos al mar para que un tierno beso ella le pueda dar.
En segundos, una docena de peces salió a la superficie diciendo: ¿quién canta esa hermosa canción? ¿quién sabe ésas palabras secretas que nos llaman a la superficie?
- Fui yo –dijo Lambis–
- ¡Oh pero tú eres un gato! –exclamaron al unísono los peces– ¡tú lo que quieres es comernos!
- ¡No, no! yo lo que quiero es su ayuda
- ¿Ayuda para qué? –preguntaron ansiosos los peces–
- Para mis amigos, necesito saber porqué es tan escasa la pesca.
- Lo que sucede gato –comenzó a explicar un pequeño tiburón– es que estas aguas ya no son tranquilas para tener nuestros bebés, ahora debemos mares muy lejanos, y no habrá peces hasta el otoño.
- ¡Eso no puede ser! –exclamaba el gato, y entonces comenzó a contarles la historia del viejo Andraki y cómo perderían su casa si no reunían el dinero de Malastrakus; cuando terminó de contarles el triste relato ya se habían reunido en la superficie cientos de criaturas marinas, desde pequeños pececillos multicolores hasta enormes calamares y diminutos crustáceos que escuchaban atentos cada palabra que salía de la boca del gato; todas aquellas criaturas se habían conmovido mucho al escuchar la historia, y se sorprendieron aún más al darse cuenta de que el gatito estaba llorando– .
- Mira gato –dijo el tiburón– si prometes venir cada noche a cantar como lo hiciste hoy, te daremos a cambio unas cuantas de las más finas perlas nunca antes vistas, pero si vuelves pasado mañana, antes del amanecer y entonas la canción favorita del mar, tendrás un inmenso tesoro.
- ¿Eso es todo? –dijo Lambis– ¡está bien, trato hecho!
- Muy bien, ahora vete y procura regresar antes del amanecer.
Lambis regresó al muelle y se puso a recorrer las antiguas callejuelas del lugar, entrando en tabernas y escuchando cada relato, cada canción que cantaban los marineros y pescadores; pero nada, no había nada acerca de la canción favorita del mar.
Ya entrada la mañana se dirigía a la casa del viejo Andraki; cuando de repente escuchó un estruendo en un callejón detrás del mercado.
- Disculpa –decía el gatito– ¿puedo ayudarle? –entre enormes botes metálicos de basura y cajas de cartón se encontraba un gran gato blanco–
- ¿Eh? –murmuraba el gran gato– ¿quién anda ahí?
- Mi nombre es Lambis señor, ¿necesita ayuda?
- ¡Oh bueno! –gritaba el gato– debes hablar más fuerte, soy un poco sordo, mi nombre es Polonius ... oh ... no ... espera ... ése es el nombre de mi amo, yo me llamo Cúmulo ... ya que estás aquí ¿te importaría ayudarme a buscar comida? Mi amo es ciego y yo soy todo lo que tiene.
- No te preocupes Cúmulo, yo tengo un buen amigo en el mercado y estoy seguro de que nos dará un par de jugosos filetes, acompáñame y lo verás.
Los dos gatos entraron al mercado y se detuvieron frente al puesto más grande y vistoso, e instantáneamente el joven que atendía el lugar levantó a Lambis diciendo: ¡ah gatito aventurero! ¿dónde te habías metido? Yo pensaba que tal ves te habías embarcado en alguno de los buques y que estarías ya surcando los siete mares ,me da gusto que vengas a visitarme ¡oh veo que tienes un nuevo amigo! Hmmm déjame adivinar, quieren algo rico de comer ¿no? pues han venido al lugar correcto anda, escoge lo que desees y no olvides venir a verme pronto minino.
Lambis agradeció al joven lamiendo su mejilla con su rasposa lengua y saltó para escoger un par de enorme filetes de ternera, queso, pan y miel.
- Si hay algo que mi amo y yo podamos hacer por ti Lambis –decía Cúmulo– no dudes en pedirlo.
- De hecho –interrumpió Lambis– tal vez pueda ayudarme, necesito saber cual es la canción favorita del mar.
- Entonces debes venir conmigo; mi amo, el gran Polonius fue un afamado marinero que recorrió por mar todo el mundo, y sabe cientos de canciones y leyendas, si alguien conoce esa canción es él, puedes creerme, además mi amo en uno de sus tantos viajes por tierras exóticas, recibió un regalo de un antiguo jefe de una tribu, es un amuleto con el que puede entender a los animales, así que no hay duda de que él te comprenderá –ambos gatos recorrieron un par de calles hasta llegar a una casita muy humilde– .
- Aquí es –decía Cúmulo mientras comenzaba a maullar– ¡amo, amo! ¡ya llegué y traje muchas cosas! –cerca de la ventana se encontraba el gran Polonius escuchando las olas del mar–
- ¡Oh! Mi buen Cúmulo, que bueno que estás en casa, pero dime ¿cómo conseguiste toda la comida?
- Verá amo, me la dio Lambis, es mi nuevo amigo.
- ¡Ah bendito seas gatito! ¡que los dioses te colmen de dicha! Te ruego nos acompañes.
- Amo –interrumpió Cúmulo– debemos ayudar a Lambis, él necesita saber cual es la canción favorita del mar.
- ¿Es cierto eso Lambis?
- Así es señor –y el gato contó su larga historia a Polonius, y él le habló de cientos de miles de canciones pero nunca había escuchado de la canción favorita del mar; así que pasaron toda la noche recordando y cantando canciones sin éxito alguno, hasta que un par de horas antes del amanecer Lambis tuvo una idea; le pidió a Cúmulo y al gran Polonius que fueran a buscar al viejo Andraki y a Lena y que los llevaran al muelle. Los nuevos amigos aún sin comprender el plan obedecieron– .
Mientras tanto Lambis corrió a la playa subió al faro y comenzó a entonar esta canción “estrella del norte comienza a brillar, llama a los ángeles que detrás tuyo están ,ángeles boreales por hoy, sólo por hoy regaladme el polvo que cae de sus alas, hagan que el agua sea el espejo de la noche y que de sus mil bendiciones mis amigos sean coronados”.
En aquel momento comenzó a caer una llovizna ligera y con ella miles de centellas cayeron suaves en el agua, entonces Lambis bajó al muelle donde ya lo esperaban sus amigos y todos subieron a un bote haciéndose a la mar, de repente, miles de peces se dejaron ver y el pequeño tiburón le preguntó a Lambis si ya tenía la canción, entonces los amigos se miraron entre sí y cada cual comenzó a cantar una frase de esta manera “sólo éramos cinco espíritus solitarios, cinco corazones incompletos, cinco vidas a la deriva, pero el cielo quiso que a través del mar nos uniéramos y completáramos un destino por las místicas estrellas ya escrito; ahora sabemos que juntos somos cinco almas gemelas, cinco amigos contra cualquier cosa que nos niegue lo que somos, ahora convertidos en una sólida roca en la cual se rompen las olas del mar; regalo más grande no puede haber que el sabernos juntos hasta el fin de los tiempos “.
- Sé que no es la canción que nos pedían –explicó Lambis– pero se las hemos ofrecido desde lo más profundo de nuestros corazones.
- No te preocupes gato –decía el tiburón– no sólo han interpretado una hermosa canción, además nos has regalado todas estas centellas que yacen en el agua; las cuales guardaremos como nuestro más preciado tesoro; ahora, aquí tienen su recompensa.

Entonces una gigantesca ostra emergió de entre las aguas y el tiburón dijo: súbanla a su bote les hemos prometido un gran tesoro y aquí está, ahora vayan a casa y no olviden venir a cantarnos algo de vez en cuando.
Los amigos llevaron su ostra a la playa y al abrirla descubrieron la más hermosa, gigante, perfecta y resplandeciente perla que hubieran visto, la sacaron y para su sorpresa, debajo de la inmensa perla había un viejo cofre dentro del cual hallaron otro inmenso tesoro con el que el viejo Andraki saldó su deuda con el señor Malastrakus y después compraron una enorme casa en la parte mas hermosa de la playa donde ahora viven juntos Lambis, Lena, el viejo Andraki, Cúmulo y el gran Polonius y cada atardecer se les puede observar adentrarse en las suaves olas para contarle cuentos y canciones a sus amigos del mar.