LA
PROMESA
Esta historia ha viajado en el viento, la sabe la Luna, la ha escuchado el mar, y la cuentan todas las gotas de lluvia al deslizarse por las ventanas y por las suaves hojas de los árboles que esperan ansiosos escucharla una y otra vez ... esta es la historia de una promesa que hoy en día aún podemos presenciar.
Sucedió en lejanas eras, cuando el mundo se extendía
libre y no le pertenecía a nadie más que a los ríos y a los bosques.
Todos los días el gran astro rey se levantaba sobre
el horizonte para recorrer el mundo, asegurándose de esparcir sus rayos por
doquier para regalar la vida.
Así el Sol día a día se fue percatando de cuan felices eran todos los seres
vivientes, ¡todos! Desde el coral que crecía entre los salados abrazos del océano,
hasta las aves que surcaban el cielo, las florcitas que extendían ansiosas sus
pétalos para saludarlo, y los diferentes animales que recorrían bosques, montañas,
desiertos y más; fue entonces que el Sol notó que todo y todos tenían amigos
con quien compartir sus días, incluso las rocas se apilaban en los acantilados
y en las playas para contarse milenarios secretos que sólo ellas podían
recordar ... todo ... árboles, animales ... también los ríos que se unían para
viajar juntos hasta el mar, todo y tú todos tenían por lo menos un buen amigo,
nadie estaba realmente solo ... entonces, el gran Sol miró a su alrededor y notó
con tristeza que no había alguien junto a él, las únicas criaturas que pasaban
cerca eran los pájaros, pero jamás se atrevían a volar muy cerca, siempre
volaban con la mirada fija en un nuevo horizonte, y al pasar junto al Sol sólo
le ofrecían una reverencia y seguían con su camino, lo mismo pasaba con el
viento, que siempre ha sido un espíritu demasiado inquieto, siempre queriendo
ver y descubrir todo lo que haya por ver y descubrir.
Plantas, animales e incluso las montañas no se
atrevían a entablar conversación alguna con el Sol, porque pensaban que siendo
el rey, debían respetarlo y nunca invadir su espacio, había que venerarlo y
obedecerlo; porque incluso la Luna se retiraba tímidamente tan pronto el sol teñía
el alba; porque hasta las estrellas que son princesas traviesas se alejaban
presurosas para espiarlo desde lejos, espiarlo con miradas, susurros y risitas,
pero nunca, nunca se acercaban.
Con el paso de los días el Sol se fue poniendo
triste, porque aunque todos lo respetaban y veneraban, no tenía ningún amigo, y
la vida sin amigos se vuelve gris y vacía, se vuelve una carga pesada, todo
pierde su brillo y su color, nada es divertido ni nuevo, los días se hacen
demasiado largos ... casi eternos; las noches pasan sin que soñemos y pronto,
todo comienza a marchitarse en nuestro interior.
Así se sentía el Sol, solito, marchito, sin nadie
con quien hablar o jugar, nadie que lo abrazara y consolara, nadie que quisiera
pasar el día charlando con él, nadie con quien reír y compartir la belleza que
protegía desde el cenit.
Pero sucedió un día que una nube se percató de que
el rey Sol estaba afligido, y la nube, tierna y modesta se fue acercando de a
poquito, subiendo cada vez más y más hasta que se encontró frente al Sol y viéndolo a la cara le sonrió y lo
acarició suavemente con un dulce vapor, entonces el Sol, por primera vez en
mucho pero mucho tiempo rió, y la nube rió con él, y pasaron el día jugando y
paseando, y cuando llegó la noche se fueron juntos al otro lado del mundo donde
apenas nacía el día, y el Sol le contó miles de historias a la nube para que se
las dijera a la lluvia, para que se las arrebatara el viento y los árboles las guardaran
en lo profundo de su corteza, para que cuando la orugas se convirtieran en
mariposas le contaran aquellas historias a las flores y éstas las siguieran
esparciendo cuando abrieran sus coloridos y perfumados botones.
El Sol no podía creer que tuviera una amiga tan
buena, no podía creer que una nube se atreviera a dominar el cielo tan sólo
para verlo y hacerlo sonreír, el Sol no quería que su amiga se alejara, pero la
nube le prometió que siempre regresaría a su lado, porque los amigos, los
verdaderos amigos, nunca se apartan, aunque haya de por medio mucha distancia,
porque cuando dos almas se conocen ya nunca se separan, se unen cada vez que
piensan la una en la otra, se unen porque no hay tiempo ni distancia que pueda
encerrar el cariño de un buen amigo; la promesa de la nube mantenía alegre al
Sol, que se ponía algo inquieto cuando miraba a su alrededor, pero su corazón
brillaba aún más cuando veía a su amiga acercarse desde la punta de alguna
montaña, o levantarse desde el mar...
Y así, hasta hoy, la nube sigue siendo amiga del
Sol, aunque ahora se encuentren entre inmensas ciudades y esquiven enormes
rascacielos siguen siendo los mejores amigos, siguen escapando de la noche y
contándose historias y secretos para que el viento y las estrellas los espíen y
se rían porque la vida es brillante, bonita, vibrante, excitante, única e
interesante cuando se tiene un amigo con quien compartir las horas.
Y si no quieres creer mi historia basta conque le
eches un vistazo al cielo cuando está bien nublado, y si pones atención,
escucharás como ríen la nube y el Sol, aunque en estos tiempos modernos y
agitados ya nadie tenga tiempo de mirar el cielo, a ellos les parece mejor,
porque sólo quienes entienden el lenguaje de la lluvia y el susurro de los árboles
saben bien de lo que hablo yo... pero si de verdad quieres saber si esta
historia es cierta, entonces cierra los ojos, piensa en tu mejor amigo, y te
darás cuenta de lo que siente en un día bien nublado el buen rey Sol.