PARTE VII
EL CATALEJO LAPISLÁZULI
En otro tiempo, bajo otros cielos y otras tormentas, el capitán Morgenmuffel regresaba de una larga y vertiginosa travesía para conseguir una gema muy preciada para los Dorímas, una piedra extraída de las entrañas de la tierra llamada Lapislázuli. De esta piedra semi preciosa del color del océano, se dice que tiene el poder de elevar el nivel espiritual de las personas. Para los Dorímas esto significaba mejorar sus poderes de ensoñación y canalizar mejor el poder que les brindaban las estrellas.
El capitán Morgenmuffel quería obtener esa preciada piedra para elaborar un regalo especial para su nietecito, que estaba por nacer.
Una vez obtenido el preciado lapislázuli, pasó muchas semanas fabricando cada diminuta pieza, para que encajaran a la perfección en la maquinaria que había diseñado. Cada resorte, tornillo y soldadura estaban hechos en plata y cargado con la luz y la bendición de las nueve lunas que pasaron mientras su nietecito crecía en el vientre de su madre.
Fue en la primer luna de abril, que el capitán Morgenmuffel al fin terminaba el increíble regalo, fue el día en que nació el bebé.
Le escogieron un nombre muy original, uno que nadie tuviera en el mundo entero, pues el capitán sabía que su nieto sería un Doríma muy poderoso y ayudaría a mucha gente, por ello necesitaba un nombre especial. Lo llamaron Tolvedier Morgenmuffel, quien desde su primer día de vida, tuvo a su lado el regalo del abuelo, un catalejo hecho de lapislázuli. Un catalejo que hacía mucho más que enfocar objetos distantes. Ese catalejo tan especial podía encontrar Dorímas y enfocar la luz de las estrellas sobre aquellos que ya no podían o habían olvidado como soñar, así como atraer la magia de la tierra a quien usara el aparato.
Así fue como en sus primeros años de vida, Tolvedier había aprendido a encontrar magia incluso en cosas pequeñas, como por ejemplo, el canto de las aves, botones que florecen, copos de nieve, o una sencilla melodía. Esa magia de todos los días, le había dado a Tolvedier una capacidad inmensa para soñar. El podía ver hadas y duendecillos, entender el lenguaje del viento, domar nubes y hasta entender a los animalitos.
A sus veintiseis años, Tolvedier ya había ayudado a miles de personas. A casi todas, en secreto, pues un Doríma no busca la fama, tan solo la satisfacción de haber reconectado a alguien con sus sueños o alejarlo de la tristeza, brindarle consuelo o incluso algo pequeño, como hacerle sonreír. Tolvedier quería enseñarle todo eso a Bruno, pues sentía lo poderoso que era, y alguien así, hace mucha falta en el mundo.
Al tener en las manos el catalejo lapislázuli, Tolvedier sentía que estaba de nuevo con su abuelo, el capitán Morgenmuffel y su dulce abuela, la almirante Gina Misfits de Morgenmuffel. Recordaba cada tarde de otoño que había pasado con ellos. Casi podía saborear la deliciosa sopa de calabazas y salvia que cocinaba su abuelita y el azúcar caramelizándose en el horno sobre el pay de manzana, y oler la mezcla de especias que ya hervía a borbotones en la estufa, las especias que su abuelo traía de sus viajes a la India, un té chai delicioso que bebían juntos mientras el capitán Morgenmuffel le enseñaba a usar el catalejo y la lectura y trazado de mapas. ¡Y como olvidar las historias que le contaba su abuela! Ella podía convertir cualquier cuento o novela que hubiera leído en una narración espectacular, en la que Tolvedier podía sumergirse y soñar. Fue su abuela quien le había regalado el amor por la lectura y los libros. Pues con ellos es fácil viajar aún estando acurrucado en un sillón suavecito.
Tolvedier sostenía el catalejo con cariño sintiendo que sus abuelos seguían con él, conectados por esos hilos que entre ellos, eran irrompibles.
-Bruno -decía el joven- Quiero que veas a través de este catalejo, dime lo que observas.
Bruno tomó el catalejo, lo admiró, sintió el peso frío de la piedra azulada, notó que estaba sujeto con arillos de plata y que los cristales de las lentes cambiaban de colores según el ángulo y la luz que recibieran, eran iridiscentes, tenía inscritos algunos números para ubicar latitudes y longitudes. También notó que debía ser mecánico, porque cada vez que lo levantaba podía escuchar el sonido de pequeños engranes acomodándose. Luego de unos minutos, se atrevió a llevarse el catalejo al ojo derecho y pudo ver que casi todas las personas tenían un halo de luz brillante y hermoso que cambiaba de colores, ese halo de luz estaba conectado con alguna lejana estrella en el firmamento. Podía ver a la perfección los hilos que conectaban a todos, los que estaban perfectos, los enredados, los rotos, incluso aquellos que estaban por completo desgarrados. Sin embargo también notó a unas cuantas personas cuya luz era tan potente como la de las estrellas; en el momento en que volteó para decírselo a Tolvedier, Bruno casi suelta el catalejo porque notó que su amigo brillaba tanto como el sol. El niño supo en ese momento que no se había equivocado, que su joven amigo tenía magia, que quizá estaba hecho de magia pura y por ello él se sentía feliz y diferente y hasta su mamá había cambiado gracias a su magia. Ahora entendía perfectamente la labor de Tolvedier, y también quería hacer eso. Deseaba hacer feliz a la gente, ayudarles a soñar, hacerles sonreír. Porque aún en días grises y difíciles, una sonrisa puede mejorar las cosas. Como cuando está lloviendo y estás empapado y has tenido un día muy difícil y entonces alguien te tiende una mano y pone el mundo en su lugar y te ofrece una taza de té y una sonrisa, y te llena de magia.
-¿Tú brillas tanto porque estás hecho de magia Tolvedier? -preguntó asombrado el niño-.
- ... Pues, si Bruno, pero tú también. De hecho todos estamos hechos de magia. Todos tenemos un poco de polvo de estrellas dentro de nosotros. Esas personas que tienen mucha luz, son Dorímas como tu y yo. Algunos somos más fuertes que otros, pero solo porque sabemos bien lo que somos y como debemos usar esa luz. Otros no lo saben a ciencia cierta, pero lo intuyen, como los artistas, esas personas que crean cosas maravillosas, una pintura, una estatua, un libro, una canción. Esa es su forma de esparcir la magia que tienen. Es una forma muy eficaz Bruno. Vuelve a tomar el catalejo, sigue mirando y dime que más ves.
-Veo, algo extraño, falta algo en algunas personas ... no tienen ese halo de luz, solo tienen una sombra, pero incluso ésta es muy débil.
-Así es amiguito, ellos son lessers, gente sin sueños, gente que siente mucha tristeza.
-¿Por qué?
-Bueno, recuerdas que te dije que los adultos a veces pueden ser muy crueles y que son muy buenos destruyendo cosas? Sucede que a muchos de esos lessers les destruyeron sus sueños desde que eran niños. A veces su propia familia al burlarse de sus planes y sueños, otras veces, incluso sus amigos han fallado en creer en ellos. En muchas ocasiones, eso puede destruir la luz que llevamos dentro, los sueños son algo frágil, los sueños de los niños lo son más aún, Bruno. Otras veces, la vida puede ser muy complicada y muchas personas tienen que dejar sus sueños a un lado para resolver los problemas y se les olvida como soñar. Cuando eso le pasa a un lesser, pues va por la vida con la mirada en el piso, simplemente sorteando los obstáculos que llegan a suceder en la vida, pero pierden esa chispa, su luz se apaga y nada vuelve a ser lo mismo.
-Como mi papá -dijo repentinamente el niño.
-¿Tu papá?
-Si, cuando él tenía quince años tuvo que dejar la escuela, porque su familia necesitaba dinero ... pero después de muchos años regresó a la escuela, el quería ser músico, pero no pudo. Aunque los fines de semana toca en una banda de jazz con sus amigos ¿eso quiere decir que él no perdió su luz?
-En efecto Bruno, porque no importa si uno vive su sueño aunque sea de forma pequeña, quizá tu padre no pudo ser un gran músico famoso dando conciertos alrededor del mundo, pero te apuesto que cada vez que se reúne con sus amigos a tocar, todos son muy felices, y también sus familias y amigos.
-¡Si! Cuando tocan juntos siempre se siente como una fiesta, como si fuera Navidad.
-¡Yo no podría describirlo mejor! Ahora necesito que me ayudes Bruno, necesitamos trazar un gran mapa, pero debemos hacerlo desde las alturas.
-Pues ya estamos en la azotea, ya no podemos ir más alto que esto.
-¡CLARO QUE SI! -decía Tolvedier abriendo la puerta del cobertizo para sacar un aparato hecho de cobre que tenía muchas palancas, válvulas y manijas por todos lados.
-¿Qué es eso? -exclamaba fascinado Bruno-
-Esto mi querido amigo, es el corazón de nuestra misión de hoy, es el motor que necesitamos.
-Pero, no parece un motor, parece una gran tetera.
-¡Es un invento mío! Es un burbujóptero
-Burbu ...qué.
-Burbujóptero, mira, tomas agua muy caliente, le añades jabón, mucho jabón ...
-¿Jabón de platos?
-¡DE TODOS! Y si son de colores, mucho mejor, y luego activamos el mecanismo y tendrás...
-Muchas burbujas -interrumpió Bruno.
-No sólo son muchas burbujas, amigo, son millones de burbujas las que produce el burbujóptero.
-¿Para que necesitas tantas burbujas?
-¡Las NECESITAMOS para hacer funcionar esto! Decía entusiasmado Tolvedier señalando un montón de telas rojas.
-¿Necesitamos burbujas para lavar esas cortinas rojas?
-No, bueno si ... ¡no! No son cortinas Bruno, es un globo aerostático.
-¿Esos globos no funcionan con aire caliente?
-Si, pero yo encuentro el fuego, bastante peligroso, así que inventé un globo que funciona a base de burbujas. Además así llega mucho más alto.
Luego de limpiar y verificar que el globo no tuviera rasgaduras, el joven Tolvedier se arremangó la camisa, aseguró el burbujóptero al centro de la canastilla del globo y empezó a manipular las manivelas y palancas para empezar a crear cantidades increíbles de grandes e iridiscentes burbujas. El globo comenzó a inflarse y la canastilla a levarse ligeramente del techo de la librería. Entonces Tolvedier tomó el catalejo lapislázuli, le ofreció la mano a Bruno para ayudarlo a subir y metió también al gatito Sherlock, quien de inmediato se sentó en su canasta especial dentro del globo.
En un parpadeo el gran globo rojo ya flotaba muy por encima de los rascacielos de la ciudad. Aún así Tolvedier seguía fustigando su burbujóptero para que produjera más y más burbujas. Por fin, cuando el globo estuvo rodeado de frías nubes, Tolvedier soltó un ancla muy curiosa que , sin duda también era su creación, pues en lugar de caer como una roca, esa esfera de acero desplegó unas alas mecánicas y aterrizó suavemente en el rascacielos más alto de la ciudad, para luego extender unos fuertes brazos parecidos a los de las arañas y se sujetó de ese edificio, permitiendo que el globo se quedara quieto en el cielo sin que el viento lo zangoloteara.
La vista era hermosa, Tolvedier portaba una enorme sonrisa en el rostro mientras montaba el catalejo lapislázuli en un trípode para manipularlo cómodamente.
-¡Muy bien Bruno, ahora debemos trazar nuestro mapa.
Cuando el niño miró a través del catalejo, quedó maravillado. Desde las alturas, las personas parecían puntos luminosos, igual a las series de luces que decoran los árboles de navidad. También se distinguían a la perfección los lessers, que caminaban sin luz y casi sin sombras. Entonces Bruno notó algo más, en los lessers, había un diminuto punto de luz violeta sobre sus corazones.
-¿Ese puntito violeta qué es Tolvedier?
-Es un sueño, como una semillita, un sueño que está dormido, latente, congelado, esperando que esa persona le permita dejarlo crecer. ¡Mira Bruno! La gran mayoría de la gente que podemos ayudar se concentra en esta parte de la ciudad, eso es fantástico, queda justo al final de la feria, ahí montaremos nuestra carpa.
Bruno estaba tan emocionado que se puso a soñar cómo sería el día del gran espectáculo que tenía planeado Tolvedier. Se imaginó vestido con un elegante somoking y sombrero de copa, se imaginó las risas de la gente y los aplausos y se puso a soñar con ver la luz de las personas brillar tanto como la de Tolvedier. En ese momento, abajo, en las calles de la ciudad comenzó a caer una ligera llovizna, pero no era agua ¡era luz! Chispas de luz que estaba soñando Bruno. Tolvedier no se sorprendió, pues sabía que el niño tenía un poder inmenso, así que esta vez no lo despertó de sus fantasías. Simplemente se puso a anotar en el gran mapa que tenía, en que área caía esa llovizna de luz.
CONTINUARÁ...
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