“No hacer honor a la vejez es demoler la casa en la que
hemos de dormir por la noche”.
Alphonse Karr
Autora: Elizabeth Segoviano
Antaño
habitaban en los imponentes templos
que dominaban las ciudades, y toda la gente acudía a ellos por consejo, pero
con el paso del tiempo los fueron olvidando porque ya no eran “fashion” ya no
estaban “in” eran cosa del pasado, y lentamente se fueron convirtiendo en un
montón de cuentos ... en mitos ... en rumores... apenas en un susurro. Sin
embargo seguían allí, entre las nubes, por detrás de la luna, en los secretos
recovecos de las montañas, esquivando relámpagos, y ocultos en las
profundidades de los bosques, seguían vigilando atentos los milenarios
dragones, quienes se habían dispersado por todo el mundo para seguir su labor
de cuidar y evitar toda clase de injusticias; porque los dragones, lejos de ser
pavorosos monstruos, son seres sensibles, inteligentes, sabios, poderosos y
sumamente mágicos, cuya naturaleza es la de proteger a todo y todos los que se
encuentren a su alrededor.
Ocurrió así que un día estaba el gran
dragón Tung-Jen Lung paseando invisible a
los ojos de todos por un bosque de bambú, cuando de repente vio a un par
de jóvenes en bicicleta gritarle a un ancianito que acarreaba una enorme pila
de leños.
“¡Eh! ¡Tú! ¡Pedazo de
dinosaurio, a ver si te vas quitando del camino, que no tenemos tu tiempo!”
Sin embargo el
ancianito no podía escuchar bien y al no hacerse a un lado los jóvenes lo
empujaron tirando su leña al río. Él, adolorido por la caída sólo se limitó a
llorar en silencio viendo como el agua se llevaba el trabajo de toda una
mañana. Al ver esto el dragón Tung-Jen Lung se deslizó rápidamente por el
bosque recogiendo más madera, la apiló junto al anciano, y convirtiéndose en
una ráfaga de viento le ayudó a incorporarse, el viejecito bien sabía quién le
estaba ayudando, pues recordaba las antiguas leyendas que le habían contado de
pequeño sus abuelos, así que le agradeció con una reverencia al gran dragón y
siguió su camino.
Entonces Tung –Jen Lung decidió seguir a
los irrespetuosos chicos que habían maltratado al viejecito y se sorprendió
enormemente al llegar a la moderna ciudad plagada de altísimos edificios
cubiertos de cambiantes luces que opacaban por completo el cielo estrellado y
presenció cómo los jóvenes agredían, maltrataban y se burlaban de toda la gente
mayor, ya fueran sus profesores, sus vecinos, sus propios abuelos e incluso
completos extraños. Los chistes crueles, los gritos, empujones y groserías
estaban a la orden del día, aquella situación molestó profundamente al gran
dragón, porque en antiguos tiempos a la gente mayor se le respetaba, se le
tomaba en cuenta, se le consultaba y se le apreciaba por su conocimiento y
experencia; Tung Jen Lung no comprendía en que momento la gente que había
criado y educado a aquellos jóvenes se había vuelto obsoleta, no entendía el
porqué de la falta de respeto y sensibilidad de parte de los chicos y otros no
tan chicos; así que el gran dragón decidió tomar el asunto en sus manos y enseñarle
a toda ésa gente una lección importante.
Ésa misma noche
Tung-Jeng Lung se convirtió en una suave neblina que cubrió toda la ciudad y
lanzó un poderoso hechizo que dice así: “para cultivar hay que plantar, para
comprender hay que sentir, para sentir hay que vivir, para aprender hay que
crecer y hoy todos van a envejecer”.
A la mañana siguiente, cuando el sol
despertó a todos, se dieron cuenta de que ya no eran tan rápidos, fuertes y
jóvenes como hasta la noche anterior lo habían sido; les costaba mucho esfuerzo
hacer sus actividades cotidianas, se dieron cuenta de que necesitaban ayuda, y
nadie les hacía caso, era como si de un momento a otro se hubieran vuelto
invisibles; los visitantes de otras ciudades los ignoraban, se mofaban y los
insultaban, no importaba cuantas veces ellos intentaran explicarles lo que
había sucedido, los jóvenes se limitaban a decir: “si, si abuelo, mejor váyase
a dormir la siesta”.
Los habitantes de la
ciudad se sentían frustrados, desesperados, nadie quería ayudarlos, ni si
quiera oírlos, fue entonces cuando se hizo presente el gran dragón Tung-Jen
Lung, el último que custodiaba aquellas tierras, y posándose sobre los
rascacielos dijo: yo también soy viejo, pero no por ello menos poderoso o menos
sabio... igual que los ancianitos que ustedes tan infamemente maltrataron.
He sido yo quien los
ha hechizado y no volverán a la normalidad hasta que me demuestren que han
aprendido su lección.
La vida no es
sencilla, es la experiencia la que nos ayuda a seguir adelante y ustedes están
aquí, desdeñando toda la experiencia de estas personas que son tan valiosas
como cada uno de ustedes ... algún día mis queridos jóvenes, se despertarán y
verán en el espejo que su cabello se ha hecho gris y querrán entonces ser
respetados, escuchados y valorados, algún día necesitaran de una mano amiga que
les brinde cuidado y ayuda, siembren ahora despecho, ignorancia y groserías, y
de soledad, amargura y tristeza será la cosecha de sus últimos días”.
Así, todos los
habitantes se miraron avergonzados, ¡cuánta razón tenía el milenario dragón!
Largo tiempo le habían dado la espalda a su propio pasado, a sus raíces... a
aquellos que con tanto cariño los habían educado, no, no era correcto
comportarse así.
Tung-Jen Lung por fin
vio el arrepentimiento en sus ojos y regresó a todos a la normalidad, sabiendo
que ahora las cosas serían diferentes porque los jóvenes habían aprendido la
lección en su propia piel, y porque el último gran dragón Tung-Jen Lung
seguiría siendo el atento guardián contra toda injusticia.
Hola! Está noche disfrutamos mis niños y yo está bella historia. Gracias.
ResponderEliminarMuchísimas gracias a ustedes!!! Me alegra mucho que les gustara este cuento, abrazos 💜💜
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