lunes, 21 de enero de 2019

EL ÚLTIMO GRAN DRAGÓN


“No hacer honor a la vejez es demoler la casa en la que hemos de dormir por la noche”.

Alphonse Karr


Autora: Elizabeth Segoviano

Antaño habitaban en los imponentes templos que dominaban las ciudades, y toda la gente acudía a ellos por consejo, pero con el paso del tiempo los fueron olvidando porque ya no eran “fashion” ya no estaban “in” eran cosa del pasado, y lentamente se fueron convirtiendo en un montón de cuentos ... en mitos ... en rumores... apenas en un susurro.   Sin embargo seguían allí, entre las nubes, por detrás de la luna, en los secretos recovecos de las montañas, esquivando relámpagos, y ocultos en las profundidades de los bosques, seguían vigilando atentos los milenarios dragones, quienes se habían dispersado por todo el mundo para seguir su labor de cuidar y evitar toda clase de injusticias; porque los dragones, lejos de ser pavorosos monstruos, son seres sensibles, inteligentes, sabios, poderosos y sumamente mágicos, cuya naturaleza es la de proteger a todo y todos los que se encuentren a su alrededor.

 

    Ocurrió así que un día estaba el gran dragón Tung-Jen Lung paseando invisible a  los ojos de todos por un bosque de bambú, cuando de repente vio a un par de jóvenes en bicicleta gritarle a un ancianito que acarreaba una enorme pila de leños.

“¡Eh! ¡Tú! ¡Pedazo de dinosaurio, a ver si te vas quitando del camino, que no tenemos tu tiempo!”

Sin embargo el ancianito no podía escuchar bien y al no hacerse a un lado los jóvenes lo empujaron tirando su leña al río. Él, adolorido por la caída sólo se limitó a llorar en silencio viendo como el agua se llevaba el trabajo de toda una mañana. Al ver esto el dragón Tung-Jen Lung se deslizó rápidamente por el bosque recogiendo más madera, la apiló junto al anciano, y convirtiéndose en una ráfaga de viento le ayudó a incorporarse, el viejecito bien sabía quién le estaba ayudando, pues recordaba las antiguas leyendas que le habían contado de pequeño sus abuelos, así que le agradeció con una reverencia al gran dragón y siguió su camino.

 

    Entonces Tung –Jen Lung decidió seguir a los irrespetuosos chicos que habían maltratado al viejecito y se sorprendió enormemente al llegar a la moderna ciudad plagada de altísimos edificios cubiertos de cambiantes luces que opacaban por completo el cielo estrellado y presenció cómo los jóvenes agredían, maltrataban y se burlaban de toda la gente mayor, ya fueran sus profesores, sus vecinos, sus propios abuelos e incluso completos extraños. Los chistes crueles, los gritos, empujones y groserías estaban a la orden del día, aquella situación molestó profundamente al gran dragón, porque en antiguos tiempos a la gente mayor se le respetaba, se le tomaba en cuenta, se le consultaba y se le apreciaba por su conocimiento y experencia; Tung Jen Lung no comprendía en que momento la gente que había criado y educado a aquellos jóvenes se había vuelto obsoleta, no entendía el porqué de la falta de respeto y sensibilidad de parte de los chicos y otros no tan chicos; así que el gran dragón decidió tomar el asunto en sus manos y enseñarle a toda ésa gente una lección importante.

Ésa misma noche Tung-Jeng Lung se convirtió en una suave neblina que cubrió toda la ciudad y lanzó un poderoso hechizo que dice así:  “para cultivar hay que plantar, para comprender hay que sentir, para sentir hay que vivir, para aprender hay que crecer y hoy todos van a envejecer”.

 

    A la mañana siguiente, cuando el sol despertó a todos, se dieron cuenta de que ya no eran tan rápidos, fuertes y jóvenes como hasta la noche anterior lo habían sido; les costaba mucho esfuerzo hacer sus actividades cotidianas, se dieron cuenta de que necesitaban ayuda, y nadie les hacía caso, era como si de un momento a otro se hubieran vuelto invisibles; los visitantes de otras ciudades los ignoraban, se mofaban y los insultaban, no importaba cuantas veces ellos intentaran explicarles lo que había sucedido, los jóvenes se limitaban a decir: “si, si abuelo, mejor váyase a dormir la siesta”.

Los habitantes de la ciudad se sentían frustrados, desesperados, nadie quería ayudarlos, ni si quiera oírlos, fue entonces cuando se hizo presente el gran dragón Tung-Jen Lung, el último que custodiaba aquellas tierras, y posándose sobre los rascacielos dijo: yo también soy viejo, pero no por ello menos poderoso o menos sabio... igual que los ancianitos que ustedes tan infamemente maltrataron.

He sido yo quien los ha hechizado y no volverán a la normalidad hasta que me demuestren que han aprendido su lección.

La vida no es sencilla, es la experiencia la que nos ayuda a seguir adelante y ustedes están aquí, desdeñando toda la experiencia de estas personas que son tan valiosas como cada uno de ustedes ... algún día mis queridos jóvenes, se despertarán y verán en el espejo que su cabello se ha hecho gris y querrán entonces ser respetados, escuchados y valorados, algún día necesitaran de una mano amiga que les brinde cuidado y ayuda, siembren ahora despecho, ignorancia y groserías, y de soledad, amargura y tristeza será la cosecha de sus últimos días”.

Así, todos los habitantes se miraron avergonzados, ¡cuánta razón tenía el milenario dragón! Largo tiempo le habían dado la espalda a su propio pasado, a sus raíces... a aquellos que con tanto cariño los habían educado, no, no era correcto comportarse así.

Tung-Jen Lung por fin vio el arrepentimiento en sus ojos y regresó a todos a la normalidad, sabiendo que ahora las cosas serían diferentes porque los jóvenes habían aprendido la lección en su propia piel, y porque el último gran dragón Tung-Jen Lung seguiría siendo el atento guardián contra toda injusticia.   

















2 comentarios:

  1. Hola! Está noche disfrutamos mis niños y yo está bella historia. Gracias.

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    1. Muchísimas gracias a ustedes!!! Me alegra mucho que les gustara este cuento, abrazos 💜💜

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