EL HORRIPILANTE CASO DE LOS MONSTRUOS
NAVIDEÑOS
CAPÍTULO 1
AL FOXTER
Una
hermosa corona hecha de pino, musgo, muérdago, flores de noche buena y un moño
de terciopelo rojo coronado por una campanilla de cobre perfumaban la sala de
espera en una lujosa oficina cuyo
letrero indicaba:
“Al Foxter, Investigador Privado"
Sentados
ansiosamente en los mullidos sillones negros se encontraban una ancianita, y un
par de agentes de policía muy mal disfrazados queriendo pasar por hombres de
negocios.
Al Foxter
era un investigador muy bien conocido por su máxima discreción y máximos resultados, incluso la policía
recurría a sus servicios –en completo secreto, por supuesto– ya que de cara al público y los medios no
querían quedar en ridículo al admitir que no sabían realizar la mitad de las
investigaciones que tenían pendientes, la verdad era que sin los servicios de
Al Foxter toda Ciudad Moona sería un caos.
La
reputación del investigador Foxter ya era internacional, sin embargo nadie
sabía con exactitud quien era o como se veía, ese privilegio estaba reservado
solo para el pequeño círculo de amigos y familiares del investigador, y un
círculo aún más pequeño de clientes exclusivos que contaban no solo con la
confianza, sino con la estima de Al Foxter.
Aquella
noche invernal en la que las ráfagas de nieve no dejaban ver más allá de la
nariz, aterrizó en la azotea del rascacielos un helicóptero, de él bajó un
corpulento hombre vestido por completo de negro, gabardina, sombrero, bufanda,
guantes, botas, lentes, todo él parecía casi una sombra, a no ser por la
blanquísima barba blanca que caía espesa y brillante sobre su barriga.
El hombre
se apresuró escaleras abajo, con los movimientos y la rapidez de un ninja (algo
verdaderamente sorprendente para un hombre de su edad y tamaño) detrás de él un
hombre muy, muy bajito igualmente vestido de negro intentaba seguirle el paso,
mas al tener tan cortas piernas y encima llevar cargando un gran y pesado
portafolios de metal, se empezó a rezagar.
-
¡Jefe! –gritaba el hombrecillo– ¡espéreme
jefe!
-
¡de prisa! ¡no hay tiempo! –mascullaba el
hombre corpulento mientras regresaba y tomaba en brazos al hombrecillo con todo
y portafolio como si no pesaran más que una hoja para seguir su desenfrenada
carrera hacia la oficina del investifador Foxter–
-
Jefe, hay elevador, no tiene porque correr
treinta pisos hacia abajo
-
¡Entiende que no hay tiempo para
elevadores! ¡todo quedará arruinado!
En un
minuto exacto el hombre corpulento bajó treinta pisos y llegó corriendo a la
oficina del investigador, allí la recepcionista de inmediato dio aviso por la
computadora: “El señor C. Ha llegado” –Tecleó rápidamente, al instante llegó el
mensaje del investigador: “hazlo pasar de inmediato, deshazte de los demás
clientes, diles que sus casos serán resueltos, pero que ahora debo marcharme”.
La dulce
recepcionista se levantó de un brinco y poniendo sus altísimos tacones en
movimiento saludó con una reverencia al señor corpulento mientras le abría la
puerta. –Señor C. Al le espera– dijo, y como le fue ordenado sacó al resto de
los clientes que visiblemente molestos salieron, aunque no sin mascullar
algunas maldiciones. La recepcionista entonces cerró con llave y tres seguros
la oficina, bajó las persianas, desenfundó su arma paralizante y metiéndose un
caramelo de menta y cereza a la boca regresó a su escritorio, calmada, pero
alerta.
De
repente una sombra apareció en la persiana de la puerta principal, la señorita
volvió a levantarse con su arma paralizante lista en la mano derecha y un
tubito de gas pimienta en la izquierda, lentamente se acercó a la puerta sin
que sus tacones de quince centímetros hicieran un solo ruido y abrió la
persiana de un golpe, entonces dejó escapar un suspiro de alivio y guardó el
gas pimienta en el bolsillo de su abrigo, sacó las llaves y abrió para dejar
pasar a un elegante gatito atigrado con un collar púrpura y una chapita de
plata en la que se leía el nombre “Kickster” era el astuto gato de Al Foxter,
su inseparable compañero (y el verdadero “jefe” de la oficina, pues todos
accedían a sus caprichos solo porque el gato era tremendamente guapo).
El gato
saltó a su exclusiva silla de terciopelo púrpura y se puso a “amasarlo” como
acostumbraba hacer antes de tomar una siesta mientras la recepcionista le
tomaba fotos altamente tiernas y fotogénicas para saciar a los miles de
seguidores que tenía en instagram, kickster era el famoso gato detective,
siempre posaba altivo y esponjado para la prensa cuando algún caso era resuelto.
En la
oficina de Al Foxter el señor C. Se quitó el sombrero y dejó al descubierto sus
abundantes rizos blancos mientras el investigador se deshacía de una perfecta
máscara de latex y descubría su verdadera personalidad.
-
¡Mi querida Alondra! –decía el hombre
corpulento–
-
¡Santa Claus! – exclamaba la chica
mientras abrazaba a Santa y al hombrecito muy, muy bajito- ¡mi querido Rÿphaliick!
-
¡Alondrita! –gritaba Rÿphaliick
aferrándose con cariño al cuello y los rojizos risos de Alondra Foxter, la
investigadora más famosa y efectiva de ciudad Moona–.
-
Chicos, los estaba esperando desde esta
mañana
-
Lo siento mucho Alondra – decía Santa– las
ventiscas de nieve no nos permitían salir del polo norte, parecía que nos
quedaríamos atrapados, la mala suerte se ha posado sobre nosotros y sobre la
Navidad, Alondra, no importa lo que hagamos, todo parece perdido.
-
No te preocupes Santa, llegaremos a la
raíz del problema, te lo prometo ¿qué tienen para mí?
El
duendecillo Rÿphaliick entonces dejó sobre el escritorio el portafolios y Santa
Claous pulsó la combinación digital, cuando el maletín se abrió, Alondra Foxter
examinó el contenido, eran una serie de fotografías bastante extrañas y algunos
recortes de periódicos de diversas ciudades en los que se hablaba del peligro
inminente que corrían los niños, pues al parecer, horrendas criaturas estaban
apareciendo para secuestrarlos, ya que en cada lugar en donde que se había
informado de los avistamientos de esas criaturas monstruosas se reportaban las
desapariciones de igual número de niños.
-
¿La prensa tiene razón Santa, son
secuestros?
-
No ... no lo son Alondra, nadie pide
rescate, los niños simplemente desaparecen ...
Alondra
Foxter tomó las fotografías, las puso bajo una lupa, las examinó un par de
minutos, luego las digitalizó, las puso en su computadora y las analizó con
varios programas.
-
Santa ¿tienes fotos de los niños
desaparecidos?
-
Si, están en el compartimento al fondo del
portafolios
Alondra
tomó las fotos de los niños y las miró un minuto, se dirigió al armario de su
oficina, sacó una nueva máscara de latex en la que se perdieron sus facciones
femeninas, y le pidió a su recepcionista que le pusiera a Kickster sus botas
para nieve y el chaleco antibalas de fibras de kevlar afelpado que le había
mandado confeccionar.
-
¿Qué pasa Alondra? –decía ansioso Santa
Claus– ¿has descubierto algo?
-
Eso me temo querido Santa ... los niños no
han desaparecido
-
¿Cómo? ¿qué dices? ¿entonces dónde están?
-
Obsérvalo tu mismo –decía Alondra Foxter
señalando la pantalla de la computadora, en ella el programa de reconocimiento
facial indicaba que las horripilantes criaturas monstruosas de las fotos ¡eran
nada más y nada menos que los niños!
-
¡Santas estrellas polares! ¿Alondra que
vamos a hacer? Mientras más se acerca la Navidad, más monstruos aparecen, la
policía ya no puede proteger las ciudades ¡incluso han llamado al ejército! ¡en
un par de horas los atacarán con todo lo que tengan para detenerlos!
-
¡NO! Santa, debes llamar a las jefaturas
de policía ahora mismo, explícales la situación, diles que bajo ninguna
circunstancia deben lastimar a los monStruos, pídeles que tan solo los
contengan, no pueden lastimarlos.
-
Por supuesto Alondra, ahora mismo los
llamo.
-
Rÿpaliick ¿cuál fue la primer ciudad donde
empezó esto?
-
Ciudad Hegozentre
-
¡Pues allá vamos!
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