sábado, 3 de diciembre de 2011

LOS RENOS ESTABAN CANSADOS



LOS RENOS ESTABAN CANSADOS

Autora: Elizabeth Segoviano

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS SEP-INDAUTOR bajo el registro público 032011101711562800-14

Había sucedido un invierno brillante y frío en el pueblecito de Santa Claus, la noche justo antes de Navidad.

Cuando todo era paz y tranquilidad …

Cosa un tanto extraña pues otros años todo eran prisas, carreras y mucha actividad.

Pero aquella vez los duendecillos, la señora Claus y su marido habían redoblado esfuerzos para salir airosos sin apuros ni sollozos.

Sentados a la mesa cubierta por deliciosos platillos, todos los duendecillos platicaban, reían y compartían.

Del comedor de la casita salían dulces voces interpretando villancicos, y besitos esquimales eran repartidos bajo un fresco muérdago que colgaba a la mitad de la sala de estar.

Y también había muchos abrazos, sonrisas, y buenos deseos por regalar.

Todo era alegría, camaradería y cordialidad …

Fue entonces cuando al terminar la cena, los duendecillos decidieron salir a caminar.

Deslizándose por la nieve con sus lindas botitas rojas, los duendecillos dibujaban sobre el hielo hermosas coronas con muchas nochebuenas, piñas de pino y hermosos moños, y más allá esculpían arbolitos adornados por enormes estrellas de siete picos cada una de ellas.

También poblaron el horizonte con una larga fila de muñecos de nieve bien alineados, vistiendo sus bufandas, sombreros y guantes para verse bien elegantes.

Luego vino la inevitable batalla con bolas de nieve, todos corrían gritando y riendo mientras buscaban el mejor escondite para planear su desquite .

Luego de un rato, y ya todos con las naricitas bien enrojecidas por el frío se apresuraban a atravesar el congelado río para llegar a sus casitas y meterse rápido en sus camitas.

Pero sucedió que uno de los duendecillos, el más pequeño, curioso y travieso, se asomó a los establos donde aguardaban impacientes los nueve retozones renos que habrían de jalar el gran trineo …

Ahí estaban Acróbata, Bailarín, Bromista, Relámpago, Alegre, Trueno, Cupido, Cometa, y a la cabeza, iluminando con su roja nariz, se encontraba Rodolfo, ansioso de escuchar la voz de Santa para comenzar a volar y repartir felicidad.

Así el pequeño duendecillo, viendo cuan emocionados estaban los mágico renos y revisando su reloj … ¡se le ocurrió que había tiempo para un juego navideño de fútbol!

Los demás duendecillos, curiosos, juguetones y distraídos vitorearon la descabellada idea que en aquel momento parecía genial, y uno a uno sacaron a los renos a jugar con un improvisado balón hecho con un calcetín, un gorro, una bufanda y un poco de nieve endurecida y abrillantada.

¡Renos y duendecillos tomaron su posición y el gran juego comenzó!

Corriendo por aquí y por allá, sobrevolando el campo y haciendo la nieve saltar las horas pasaron volando, jugaron el tiempo reglamentario, los tiempos extras ¡y hasta los tiros penales! Estaban tan divertidos que ni siquiera escucharon el reloj repiquetear.

Al cabo de varias horas, duendecillos y renos se encontraban agotados recostados tratando de recuperar el aliento, pues había sido tanta la diversión que ahora necesitaban de un sueño reparador.

Fue entonces cuando llegó a toda prisa Santa Claus apresurando a todos pues la hora había llegado de emprender el largo viaje para entregar los ansiados regalos.

Pero enorme fue su sorpresa al ver a todo mundo completamente exhausto, lánguido y sin fuerza para levantar siquiera una ceja.

Entonces Santa Claus se puso triste al ver que los renos estaban demasiado cansados para llevar a cabo el portentoso mandato, y Santa, triste y cabizbajo se sentó a pensar como podría explicar tal fatalidad.

Pues ni con una taza de caliente chocolate, dulces zanahorias, suave alfalfa ni muchos mimos los renos recobraban sus bríos.

Fue entonces que al ver lo acontecido, de los bosques cercanos al mágico pueblecito, salieron cientos, miles de brillantes luciérnagas, todas felices ofreciendo su ayuda al ver que los traviesos renos no daban una.

Gracias miles, decía Santa Claus, pero ustedes son muy pequeñitas y el trineo tiene un peso atroz, el viaje es muy largo, los caminos no son cosa fácil y la noche avanza más rápido que yo.

Pequeñitas podremos ser, decían tiernamente las luciérnagas, ¡pero nuestra fuerza es de temer! Somos miles, somos millones, somos tantas como todas las estrellas ¡mucha magia corre en nuestras venas! y sabremos guiar el trineo por altas montañas, valles, ciudades y desiertos.

Porque hoy es víspera de Navidad, y no hay milagro que no pueda pasar.

Al escuchar aquellas palabras, Santa Claus enjugó sus lágrimas, y muy

sonriente guió a las incontables filas de luciérnagas a tomar cada una su lugar, y así, en formación dibujaron la silueta de los nueve renos traviesos y emprendieron el largo vuelo para regalar felicidad.

Y desde abajo los duendecillos y renos aún cansados prometieron a la señora Claus no volver a jugar … ¡POR LO MENOS NO EN LA VÍSPERA DE NAVIDAD!

2 comentarios:

  1. hola eliz!! Siempre se le encuentra la forma para cumplir sueños!! guauuu, hermoso cuento! y nos deja un gran mensaje... te quiero amiga, que placer leerte! miles de luciérnagas te llevan mis más puras bendiciones!!!

    ResponderEliminar
  2. me alegra en el alma que te guste mi pequeño cuento :) y recibo tus luciérnagas con el mayor de los gustos :) mandándote de regreso un glovo aerostático cargado con sueños de colores y muchas bendiciones ;) un abrazo linda :) y gracias por pasar :)

    ResponderEliminar