miércoles, 15 de julio de 2020

EL CATALEJO LAPISLÁZULI PARTE III




EL CATALEJO LAPISLÁZULI

PARTE TRES

LATITUD, LONGITUD Y UN SECRETO SUSURRADO

 

 

Bruno tomó con fuerza la mano de su mamá como solía hacerlo desde muy pequeño para cruzar una calle. Esta vez se sujetó aún más fuerte esperando correr lo más rápido posible en medio de la lluvia para llegar a la estación de autobuses y emprender el largo regreso a casa. Sin embargo, la señora Ruthelina, a veces si prestaba mucha atención y sabía que su hijito había tenido un día muy largo y difícil. Lo último que necesitaba era volver a empaparse en la lluvia helada para subir a un autobús lleno de gente que lo apachurrara. Las mamás entienden muchas cosas sin que uno las diga, nos conocen bien, pueden leernos como si fuéramos la página de un libro ¡si eso no es magia, no sé que será!

La señora Ruthelina abrió un gran paraguas transparente con dibujos de ranitas y con su brazo libre abrazó a Bruno. La humedad del ambiente hacía que el pelo y la ropa de la señora Ruthelina desprendieran delicadamente el perfume de flores de naranjo que se ponía cada mañana. Bruno cerró los ojos, no porque estuviera asustado, sino porque deseaba disfrutar ese momento, el olor a lluvia que había limpiado la ciudad, el calorcito rico que sentía al estar abrazado a su mamá y el aroma de su perfume lo hacía sentir en casa aunque estuvieran parados en la calle.

Un taxi se detuvo y la señora Ruthelina abrió la puerta para Bruno, el niño se metió sin chistar, y se dirigieron a casa en el taxi seco y limpio que ronroneaba como gato. La señora Ruthelina metió la mano en uno de los bolsillos de su gabardina y sacó una cajita dorada ¡eran bombones de chocolate! El camino a casa se volvió más corto y placentero comiendo bombones y Bruno contándole todo a su mamá acerca de la librería Siempre Abierta, el gatito inteligente y Tolvedier con su misteriosa personalidad . La magia que el niño había encontrado aquella tarde, parecía continuar, pues su mamá lo estaba escuchando con atención, y le contó que cuando ella era niña había leído ese libro de la vuelta al mundo en ochenta días y que era muy interesante y divertido, y así como así, llegaron a casa. Bruno pedía en su mente una y otra vez que por favor, por favor la magia de aquel día durara un poquito más.

 

Luego de lavarse y cambiarse, Bruno bajó a la cocina para ayudarle a su mamá a abrir las latas que debían calentar para la cena; pero inmensa fue su sorpresa cuando vio a su mamá leyendo una receta del libro obsequiado por Tolvedier. Aquella tarde lo pasaron muy divertidos preparando pizza, jugando con la masa e inventando combinaciones rarísimas, pero deliciosas. La tormenta había convertido un muy mal día en uno de los más alegres que Bruno había tenido en mucho tiempo.   

Pero lo único cierto acerca de la felicidad, es que llega a ratos, en gotitas, se asoma y se esconde; ¡así como hacen los fines de semana! Sábado y domingo todo es alegría y felicidad, hasta que llega el lunes y debemos ir a la escuela. (pero no se preocupen, la felicidad siempre regresa, una y otra vez). La mágica tarde de Bruno llegó a su fin, porque el teléfono de la señora Ruthelina comenzó a sonar, y eso significaba que eran asuntos de trabajo. Cuando eran esos asuntos, el mundo entero debía esperar, Bruno incluido.

Esta vez el niño no se enojó, ni protestó. Sabía que su mamá debía atender el trabajo, aunque ella estuviera ocupada no significaba que no lo quisiera; de hecho era todo lo contrario, porque lo amaba tanto, la señora Ruthelina trabajaba largas horas, para poder ofrecerle todo lo que le hacía falta y otras cosas, como viajes en taxi y bombones de chocolate. Por ese mismo motivo, su papá se había ido a trabajar a otra ciudad, para que pudieran tener una casita linda y acogedora y otras cosas, como uniformes y cuadernos, y libros de aventuras. Eso lo entendió Bruno por primera vez, y pensó que también debía ser gracias a la magia de Tolvedier.

¡TOLVEDIER! Con tanta felicidad a Bruno se le había olvidado por completo el regalo del simpático librero. De inmediato tomó los libros y subió corriendo a su habitación. Lo primero que hizo fue buscar el broche, en efecto, estaba ahí. Tenía la forma de una mariposa con pequeñas estrellas en sus alas, era dorado. Constaba de muchas piezas, todas eran móviles, eso puso muy nervioso a Bruno porque las cosas bonitas y delicadas de alguna forma, siempre terminaban hechas pedacitos en sus manos. Dejó el broche sobre su buró, bajo la luz de la lámpara se reflejaban pequeños destellos dorados por toda su habitación.

El libro de mapas encuadernado en cuero, era pesado. Se dividía en cinco secciones: Mapa de la ciudad, que se podía desplegar y tenía fotografías de calles y edificios famosos, y luego venían las secciones que Bruno jamás había imaginado que existían, como, mapas de las nubes, de las constelaciones y dos secciones aún mas peculiares, mapas de los sueños y de los hilos rotos o enredados.

Cada mapa estaba muy detallado, tenía frases escritas por todos lados, muchas marcas, y símbolos y una tabla llena de números que decía: “latitudes, longitudes y número de pulsaciones por sueño”.

Bruno no entendía muy bien que significaba todo eso o para qué servía el broche, de nueva cuenta lo tomó, al revisarlo notó que las diminutas estrellas en las alas de la mariposa dibujaban una constelación sobre el mapa. Decidió buscarla en la sección de constelaciones ¡pero eran tantas! ¿cómo podría encontrar una sola constelación así? Bruno pensó que si tenía el mapa, debía haber una forma, solo tenía que aprender a leerlo, justo como dijo Tolvedier. Seguro que todo lo que necesitaba venía dentro de ese libro, así que regresó al principio y notó que para buscar algo en específico debía fijarse muy bien en las coordenadas dibujadas en los mapas. Cada línea marcaba una latitud y una longitud; o sea la distancia de norte a sur y de este a oeste para buscar una posición en un mapa, o en el planeta.

Luego de buscar un buen rato, Bruno notó que la constelación que buscaba era una llamada Ursae Minoris, mejor conocida como osa menor.

                                                   constelación de la Osa Menor

 ¿Osa menor? -Susurró Bruno. Al hacerlo, el broche de mariposa se estremeció y comenzó a transformarse así como lo hacen los juguetes mecánicos, poco a poco la forma de mariposa se convirtió en una estrella que se movía como lo hicieron los engranes y resortes en la librería Siempre Abierta. La estrella se metió dentro del libro de mapas y se quedó muy quieta. El niño, sorprendido, abrió la página y notó que estaba marcando un dibujo de una estrella muy brillante, la estrella del norte.

¿Y todo eso qué significaba? ¿para qué servía? Definitivamente tendría que regresar a la librería Siempre Abierta, porque ese misterio tenía que resolverlo. Además Bruno quería aprender a hacer la misma magia que Tolvedier, aunque él dijera que no era mago.

Bruno abrazó el libro y se quedó dormido, en sueños susurró las palabras “Osa Menor” y el broche volvió a moverse, esta vez se posó sobre el pecho de Bruno, justo sobre su corazón y  tuvo un sueño maravilloso en el que volaba por el cielo, entre estrellas, sobre la inmensa ciudad. Abajo, todos reían y lo vitoreaban.

CONTINUARÁ...

PARTE 4: https://sognareprofundere.blogspot.com/2020/08/el-catalejo-lapislazuli-parte-iv.html

PARTE 2 : https://sognareprofundere.blogspot.com/2020/07/el-catalejo-lapislazuli-parte-ii.html


domingo, 5 de julio de 2020

EL CATALEJO LAPISLÁZULI parte II

EL CATALEJO LAPISLÁZULI


LES SUGIERO LEER ESCUCHANDO EL VIDEO QUE ESTÁ AL FINAL :D





PARTE 2

SIEMPRE ABIERTA

 



-Tolvedier, es mi nombre, soy librero, bibliotecario e inventor. Ávido lector, músico de corazón, buen dibujante, gran navegante, artista y a veces cantante. Soñar es mi profesión y ésta es mi librería y también mi mansión. ¿Y usted, joven amigo quién es? ¿Y cómo es que terminó golpeado, empapado, triste, cabizbajo y medio ahogado, tirado en la calle como un pobre escarabajo? -Decía un joven de veintitantos años con el pelo azul y ojos grises, enfundado en un elegante traje a rayas, un reloj con leontina dorado y una corbata roja.

-Yo, yo -titubeaba el niño- Soy Bruno, estudio el quinto grado en el colegio San Racoon. Tenía que llegar a casa, pero la tormenta ...

-¡No se diga más! -decía alegre el joven Tolvedier. Las tormentas, Bruno, pueden ser muy peligrosas. En especial si rugen, no como rugen los leones, sino como un monstruo sacado de las leyendas griegas. Esas tormentas son de temer, no importa si estás en el mar, en la cima de una montaña, o atascado en una inmensa ciudad plagada de acero y concreto. Aunque también es sabido que una salvaje tormenta puede llevarnos a lugares más tranquilos, diferentes, incluso mágicos.

-¡Eso mismo decía mi abuelo!

-Pues tu abuelo es muy sabio Bruno.

-Era -dijo entristecido el niño-

Tolvedier lo miró con ternura, puso su mano en el hombro del chico, le sonrió y dijo : “ La energía no se crea ni se destruye, solo se transforma”. Tu abuelo no se ha ido Bruno, somos energía. Eso quiere decir que tan sólo nos transformamos. Yo creo que ahora mismo tu abuelo es parte de esta tormenta, parte lluvia, relámpago y trueno. Parte luz y viento, parte una nueva estrella que te ve desde el firmamento. Y, por supuesto, es parte de ti. Tu abuelo es un trocito de tu corazón y gran parte de tus recuerdos. También lo encontrarás en tu futuro, pues todo lo que hagas y la persona en la que te conviertas, será gracias a la vida de tu abuelo.

 

El niño sonrió por primera vez en todo el año. Aquellas palabras eran magia pura para su corazón adolorido. No todos los adultos se toman el tiempo de hablar con los niños. En la mayoría de las ocasiones, los adultos solo dan órdenes: haz esto, haz aquello, guarda silencio. O dicen frases como: “ve a ver la tele, los niños no entienden, eres muy chiquito”. Y luego los adultos hacen cosas tontas y desagradables, como darle a los niños golpecitos en la cabeza, despeinarlos cual si fueran mascotas o jalarles los mofletes hasta que se les ponen rojos.

Muchos adultos no entienden que los niños saben más de lo que creen, comprenden muchas cosas. Solo hay que hablar escogiendo las palabras correctas y tener un poquito de paciencia. Claro, muy pocos adultos conocen muchas palabras que sean correctas, y ya casi no les queda paciencia.

Tolvedier no era como esos adultos. Él escuchaba, se notaba que sabía muchas cosas. quizá era porque estaba rodeado de tantísimos libros, quizá porque era inventor y artista o porque había algo en él que estaba hecho de magia. La magia existe. Aún en este mundo y este tiempo, pero solo pueden verla aquellos que están dispuestos a creer.

Bruno seguía sonriendo pensando en las palabras de Tolvedier.

-¿Usted inventó esa frase? ¿La de la energía que no se destruye?

-¡Me encantaría decirte que si! -decía el joven mientras le daba a Bruno una toalla limpia y esponjosita para que se secara- pero no, el autor de tan grandes palabras era un químico francés llamado Antoine-Laurent Lavoisier.

-Yo todavía no estudio química, hay mucho que no sé.

-Hay muchas cosas que no sabemos, Bruno, para eso es la escuela y los libros. ¿Te gusta leer?

-¡Mucho! Tengo bastantes, pero no tantos como todos lo que tiene usted aquí.

-Por favor, dime Tolvedier. Parece que has tenido un día bastante malo ¿eh?- Decía el joven mirando la manita lastimada del niño, su labio hinchado, los lentes rotos, el uniforme desgarrado y su mochila inundada- primero lo primero, vamos a poner la tetera para entrar en calor. No hay nada que una buena taza de té, o café no puedan mejorar.

-Mi mamá no sabe hacer té, bueno, lo hace pero no queda sabroso. Siempre pedimos comida a domicilio o comida de lata ¡también hay té de lata!

-Eso no puede ser delicioso Bruno.

-Es lo que mamá sabe hacer, abrir latas.

-Bueno, eso es mejor que nada, pero hoy probarás un verdadero té muy rico y especial.

Tolvedier se quitó el saco, arremangándose la camisa y se apresuró hacia una bellísima escalera de caracol. Se escuchaba perfecto cómo llenaba la tetera y la ponía al fuego. Al cabo de unos minutos, el joven bajó con una charola de cristal precioso que hacía bailar el reflejo de las luces por toda la librería; en ella había dos tazas de un té muy oscuro pero que olía riquísimo, leche y galletitas de mantequilla que de inmediato hicieron a la barriguita de Bruno rugir como un pequeño león, cosa que avergonzó al niño, pero Tolvedier no le dio importancia. Tan solo sacó de su escritorio un botiquín de primeros auxilios y curó el labio y la mano del niño. Luego le sirvió el té con mucha leche calientita y azúcar morena.

-Es té chai -decía Tolvedier agregando azúcar a su taza- es muy famoso este té en la India, tiene muchas especias ricas, a mí me gusta porque sabe a otoño, y en días lluviosos y fríos es como beber un abrazo. Cuando uno tiene un mal día es bueno beber algo reconfortante porque de repente, todo mejora un poquito ¿no crees?

-Si -murmuraba Bruno pegándole tremendos mordiscos a las galletitas. Era cierto. Sentado entre tantos libros y con ese té delicioso, Bruno había olvidado sus preocupaciones. Ya no se acordaba que estaba perdido ni que se habían arruinado su uniforme y sus útiles.

-Bruno ¿qué te parece si llamas a tu mamá para que venga a recogerte y mientras tanto, quiero que recorras la librería y escojas algún tomo que te guste. -la cara del niño primero se iluminó y luego una sombra de tristeza lo nubló todo.

-Si señor- dijo cabizbajo.

 

Mientras Bruno marcaba el número de su madre en el teléfono de la librería, Tolvedier tomó su relo de bolsillo, lo abrió con cuidado, dejando al descubierto otro compartimento secreto que abría únicamente con la llave en forma de broche que prendía de su corbata. Se acercó el reloj a los labios, susurró algunas palabras y las luces de la librería comenzaron a parpadear como si la electricidad estuviera fallando. Todo quedó a oscuras por varios minutos. Bruno no terminó de marcar el número de su madre, agarró con ambas manos la bocina del teléfono y se la pegó el pecho, igual que uno se aferra a su peluche favorito, porque la oscuridad es tenebrosa.

El niño cerró los ojos, cosa que hacía cuando se sentía asustado. Entonces escuchó unos ruidos muy extraños. La librería entera se estremecía un poco, era apenas perceptible. Sonaba como trozos de metal entrechocando, pero suavemente, como cascabeles o campanillas de viento.

Los ojos de Bruno se ajustaron a la penumbra y vio con claridad cómo del elegante reloj de Tolvedier, salían estas piezas diminutas, engranes, tornillos, resortes. Todas esas pequeñas piezas saltaban por el piso o volaban, también salían del gran reloj en una de las paredes de la librería, de los barandales de hierro de la escalera; incluso de la caja registradora. Cada una de esas piezas de metal asemejaba un montón de luciérnagas o catarinas, abejitas o escarabajos. Cada uno rodeó a Bruno y comenzaron a arreglar su uniforme desgarrado y los lentes estrellados. Otro montón de piezas mecánicas se arremolinó en su mochila, dejándola impecable, al igual que sus cuadernos, libros, colores y el teléfono celular, que volvió a encender como si nada le hubiera ocurrido.

Las luces parpadearon una vez más, y luego todo regresó a la normalidad. El niño miraba a su alrededor buscando esos engranes y tornillos que habían arreglado sus cosas, pero ya no estaban, no podía verlos. Al otro lado del pasillo, Tolvedier sonreía misteriosamente mientras cerraba su reloj.

-Bruno, llama a tu mamá antes de que preocupe.

-¡Esto es magia! -gritó feliz Bruno- Tolvedier ¿eres un mago?

-¿Un mago? Hmmm, pues no lo había pensado ... veamos, soy librero, bibliotecario e inventor. Ávido lector, músico de corazón, buen dibujante, gran navegante, artista y a veces cantante. Soñar es mi profesión. No, parece que no soy mago Bruno.

-¿Pero si no es magia como lo hiciste?

-La magia, joven amigo, existe, aunque no seas mago. Algunas veces basta con creer que lo imposible puede suceder.

-Pero ...

-Ahora apresúrate a escoger un libro antes de que vengan a recogerte -interrumpió Tolvedier dándole un buen trago a su té-.

Bruno miró los diferentes pasillos habitados de bellos libreros de roble que llegaban hasta el techo. Cada repisa colmada de libros. ¡Había tantos! No sabía cual escoger, había de caballeros, dragones, dinosaurios, leyendas del oriente, cuentos medievales. El corazón del niño latía con fuerza porque de verdad amaba los libros. Eran como viejos amigos que siempre te esperan con los brazos abiertos para llevarte a una aventura.


Bruno pasaba los dedos por las repisas, acariciando el lomo de los libros, cuando de repente, dejó de sentir las portadas de papel o cuero y sintió algo muy peludo. Un precioso gato negro con su pelaje bien brillante, e intensos ojos color ámbar, miraba al niño con sorpresa y un poco de enojo, porque Bruno estaba sujetando su cola. Al darse cuenta, el niño soltó de inmediato la cola del gato. Éste saltó a otro librero, se estiró, bostezó y luego ¡zaz! Dejó caer un par de libros desde las más altas repisas haciendo que el golpe seco se escuchara como la pisada de un dinosaurio.

Tolvedier corrió para ver que había sucedido, mas al darse cuenta de que el culpable, era el gato, simplemente sonrió.

-Veo que ya conociste a Sherlock.

-¿Sherlock?

-Si, es igual de listo que ése famoso detective, Sherlock Holmes, y prácticamente también es dueño de la librería, digamos que somos socios. Sherlock conoce este lugar tan bien como yo, incluso mejor. Él sabe con exactitud que libro necesita cada cliente. Veamos que es lo que Sherlock te recomienda. Muy interesante, mira, un libro con los mapas de la ciudad y la historia de sus calles, incluye fotografías. ¡También te recomienda una novela muy buena! “La vuelta al mundo en ochenta días” de Julio Verne ¿ya la habías leído Bruno?

-No, no señor.

-Dime Tolvedier, eso de señor no me gusta mucho, suena a alguien muy serio que haba de cosas muy aburridas. Esta novela, mi joven amigo, no tiene nada de aburrida ¡es un gran clásico! Esto es lo que Sherlock recomienda, pero claro, puedes elegir otra cosa.

-Pero, el gato eligió dos libros, no tengo dinero para pagarlos.

-No te preocupes, yo no sólo vendo libros, les busco un hogar. Y sé que le darás buen uso al libro de mapas, así ya no te perderás y aprenderás mucho de la ciudad en donde vives, porque eso de confiar en los teléfonos celulares para guiarse no es tan buena idea. A veces uno necesita papel, algo tangible, algo a lo que no se le vaya la señal, se le pierda el WI-FI, o debas recargar a cada rato. Y la novela, presiento que te va a gustar. Habla de un gran viaje, y a ti te gusta mucho viajar ¿no es así?

-La verdad no he podido viajar mucho.

-¿Cómo? ¿No habías dicho que te encanta leer?

-¡Si, por supuesto!

-Pues leer es equivalente a viajar Bruno, un buen libro te lleva a lugares increíbles aún cuando te quedes en casa. Nada, escúchame bien, absolutamente nada puede detener tu imaginación. ¡Cuántas aventuras he vivido con estos viejos amigos! He sido pirata, le he dado la vuelta al mundo entero, he acompañado a los más famosos caballeros de la mesa redonda, asistí al baile de cenicienta, conocí a cierto cuervo de un famoso poema. ¡He sido amigo de gigantes y montado legendarios dragones y cientos de aventuras más!

Bruno podía ver que, al igual que él, Tolvedier también consideraba a los libros buenos amigos.

 

-¡Hola! ¡Buenas tardes! -decía una dama bajita de grandes rizos rebeldes que se le pegaban al rostro- ¡Bruno! ¿Dónde estás?

-¡Es mi mamá! -decía el niño apresurándose a la entrada de la librería-

-Buenas tardes madame, Tolvedier, es mi nombre, soy librero, bibliotecario e inventor. Ávido lector, músico de corazón, buen dibujante, gran navegante, artista y a veces cantante. Soñar es mi profesión y ésta es mi librería y también mi mansión. Y usted debe ser la mamá de Bruno.

-Si, soy Ruthelina -decía la señora un poco confundida-

-Madame Ruthelina, Bruno se encuentra bien, tan solo se perdió y estaba empapado y asustado, pero ya se ha secado y está listo para ir a su casa.

-Lo siento mamá -decía Bruno- no sé que pasó, me perdí.

-Ay mi corazón, no volveré a dejarte solo, todavía estás muy chiquito, esto es mi culpa.

-En realidad, madame Ruthelina -interrumpió Tolvedier- fue culpa de la tormenta, si pueden desviar a las bandadas de pájaros de sus rutas y confundir a los grandes navíos, ¡imagínese lo que le puede hacer a un niño de once años! Bruno se norteó. En esta ciudad, donde todas las calles se parecen, es fácil perderse si uno no ha aprendido a leer mapas ¿no está usted de acuerdo?

La señora Ruthelina no comprendía muy bien lo que estaba sucediendo. Ella era uno de esos adultos que dicen frases tontas y hacen cosas desagradables: como jalarle los mofletes a los niños. A ella, como muchos otros adultos, las palabras de los niños le entraban por una oreja y le salían por la otra. Tolvedier lo sabía ¡incluso el gato Sherlock lo sabía! Por ello el gatito decidió terminar aquella conversación dejando caer otros dos libros. El primero era El principito, de Antoine De Saint- Exúpery porque quizá con las bellas palabras que contenía aquel libro ella podría ver lo que es realmente importante; y el segundo libro era uno de recetas de cocina para principiantes.

-¡Oh mire lo que ha traído el gato! -exclamaba Tolvedier- mientras metía en una bolsa los libros para Bruno y para su mamá.

-Es usted muy amable señor Valverde, pero no es necesario.

-El nombre correcto es Tol-ve-dier, madame Ruthelina, y no es gran cosa, vayan a casa, disfruten los libros y vuelvan cuando quieran. Mi librería siempre está abierta, como dice el letrero, siempre abierta ... y si no lo está, sólo toque.

-De verdad no es necesario señor Barba verde.

-Insisto madame Rumiantina.

- Ruthelina, señor.

-Eso dije, madame Bambalina.

-Pero señor Torcedor, no puedo pagar los libros.

- Llévelos, son un regalo, especialmente el de cocina, anden, vayan a casa, disfruten los libros, aprenda a cocinar madame Ratolina, vuelvan cuando quieran. ¡Mi librería siempre está abierta! Decía con una enorme sonrisa Tolvedier deslizando discretamente el broche de su corbata en el libro de mapas de Bruno.


-Estudia los mapas Bruno, estoy seguro de que encontrarás grandes sorpresas. Uno nunca sabe cuando podría empezar una gran aventura. Memoriza los mapas mi joven amigo, no lo olvides. Sherlock y yo te estaremos esperando ¡porque mi librería siempre está abierta!

Bruno había notado que aquel misterioso y simpático joven había deslizado algo entre los libros, y deseaba llegar a casa lo más pronto posible para averiguar que era...

CONTINUARÁ...

PARTE 3 AQUÍ:https://sognareprofundere.blogspot.com/2020/07/el-catalejo-lapislazuli-parte-iii.html

PARTE 1 AQUÍ: https://sognareprofundere.blogspot.com/2020/07/el-catalejo-lapislazuli.html

si les gustó la música no olviden visitar el canal de estos artistas https://www.youtube.com/user/Balti26000

miércoles, 1 de julio de 2020

EL CATALEJO LAPISLÁZULI


ELIZABETH SEGOVIANO







PARTE 1

BRUNO Y LA TORMENTA

copyright 2020 

 

Un Mississippi, dos Mississippi, tres Mississippi -susurraba Bruno, contando los segundos entre relámpago y relámpago (tal como le había enseñado su abuelo) mientras intentaba abrirse paso a través de las angostas calles atestadas de personas. Todos lo empujaban y apretujaban haciéndolo sentir como uno de esos salmones que nadan cuesta arriba.

Bruno quería llegar a casa antes de que se desatara la tormenta. Sabía que iba a ser brutal, porque los relámpagos rugían horriblemente, no como leones, no; lo hacían como un monstruo gigantesco salido de una leyenda griega. Y cuando el cielo ruge así, es mejor estar en casa. Eso le dijo siempre su abuelo, y su abuelo sabía muchas cosas.

Un Mississippi, dos Mississippi - un trueno hizo temblar el suelo debajo de sus pies- Un Missi ... - otro relámpago en el cielo iluminó cada rincón de la ciudad, dejando al descubierto por unos segundos, lo gris e inmensa que era. Las nubes, fustigadas por las descargas eléctricas, dejaron caer toda su carga de granizo y lluvia.




Los enormes trozos de hielo propinaban tremendos golpes a la gente. En especial a Bruno, que ya había recibido cuatro en la cabeza y uno en la mejilla. El pobre estaba tan golpeado, que parecía haberse metido en una pelea. Una que no iba a ganar, porque otro trozo de granizo afinó la puntería y ¡zap! Le cortó el labio haciendo que un hilo de sangre brotara. Bruno se quitó la mochila y la usó a modo de paraguas mientras corría tratando de buscar refugio bajo los toldos de las tiendas. Era inútil, todos estaban destrozados, al igual que muchos aparadores. Los autos en las calles se patinaban y los conductores hacían sonar sus bocinas, y soltaban palabrotas mientras la gente corría y muchos dejaban escapar grititos nerviosos.

Bruno cerró los ojos, deseaba poder cerrar también sus oídos. El granizo, las bocinas, las palabrotas, los gritos; todo eso lo aturdía y la lluvia helada le lamía una y otra vez la espalda y los pies, dándole escalofríos. De repente abrió los ojos, asustado, tratando de ver los letreros de las calles a través de sus lentes empañados y chorreados . -¡No puede ser! -gritó- Bruno no reconocía esas calles, estaba perdido. Trató de calmarse y pensar. -¡El teléfono! ¡claro, mi celular, puedo llamar a mamá!

El niño rebuscó en sus bolsillos, ahí no estaba, entonces abrió su mochila. Si, ahí yacía el teléfono, pero el granizo y la lluvia lo habían empapado porque su mochila estaba muy desgastada, todo su contenido estaba arruinado, cuadernos, libros, colores, y el celular.

Bruno bajó la cabeza, derrotado y con mucha angustia ¿qué le iba a decir a su mamá? No tenían dinero para reponer sus útiles y mucho menos otro teléfono, ya ni siquiera sentía los golpes del granizo estrellándose furiosos en su cuerpo, ya no le importaba el escándalo en la calle, ni que se había perdido y tenía mucho frío. Sus lágrimas se perdían en aquella tormenta.

¡BRUUUM! Un trueno tan fuerte que cimbró el esqueleto de cada persona y edificio en la ciudad, hizo que la gente corriera como manada despavorida; en su salvaje carrera, varias personas se abrían paso a empujones y codazos. No les importó que fuera Bruno, un niño de once años, quien terminara en el piso, con el uniforme desgarrado, los lentes estrellados y una manita lastimada por los pisotones de un tipo con botas militares.

En ese momento en que el pobre Bruno había quedado tendido en la banqueta como una tortuga volteada, un par de manos fuertes lo levantaron y pusieron el mundo de nuevo en su lugar. Aquellas manos lo habían jalado hacia un lugar seco y cálido, pero Bruno seguía sin entender que estaba pasando. Cerró los ojos para tratar de ubicarse, olía a papel ¡no! ¡era mejor que eso! ¡olía a libros! A libros viejos y canela, olía también a vainilla y café. De a poco, Bruno abrió los ojos, temiendo que todo fuera sólo su imaginación y en realidad siguiera tirado en la calle, medio ahogado en lluvia. No era así, en verdad alguien lo había puesto a salvo.

CONTINUARÁ ...

PARTE 2 AQUI: https://sognareprofundere.blogspot.com/2020/07/el-catalejo-lapislazuli-parte-ii.html